Simplemente

Este adios, no maquilla un hasta luego. Este nunca, no esconde un ojalá. Estas cenizas, no juegan con fuego, este ciego, no mira para atrás. Este notario, firma lo que escribo, esta letra no la protestaré. Ahorrate el acuse de recibo estas vísperas son las de después. A este ruido tan huérfano de padre no voy a permitirle que taladre un corazón podrido de latir. Este pez, ya no muere por tu boca, este loco, se va con otra loca, estos ojos, no lloran mas POR TÍ.

viernes, 22 de mayo de 2009

La indiferencia y el amor

Padre del psicoanálisis, Sigmund Freud decía que lo contrario del amor no era el odio sino la indiferencia, y el Sr. Freud tenía muchisima razón al aseverar tal cuestión. El amor y el odio son dos caras de una misma moneda, están tan juntitas que podemos pasar de un estado al otro sin darnos cuenta, en cambio la indiferencia, es fría como la hiel. Por eso cuando tenemos una pelea con alguien nos suelen aconsejar “matalo con la indiferencia”.¿Qué es la indiferencia? Una de las acepciones que tira el querido mataburros es “que no despierta interés o afecto”, en contraposición del odio nos dice “antipatía y aversión hacia alguna persona o cosa cuyo mal se desea”.Claro está que no es que deseemos ser odiados, pero la indiferencia en algún lugar recóndito de nuestro corazón (o en la superficie, ¿por qué no?) duele más que el odio. ¿Pero... por qué? ¿Por qué somos masoquistas? ¿Por qué preferimos que nos odien? No es que prefiramos que nos odien o nos tiren a matar, pero justamente la falta de interés hacia nosotros es lo que nos duele. ¿A quién no le ha pasado alguna vez esperar un llamado inpacientemente? Esperar segundos, minutos, horas, días... hasta meses, pero el maldito teléfono no suena y decimos help!!!!!!!!¡ Ayúdenme! No cantaba acaso Deborah Harry de la agrupación Blondie Call me call me any anytime/ Call me my love/you can call me any day or night Call me! (¡Llamame a cualquier hora, llamame mi amor, podés llamarme día o noche!). En "los tiempos virtuales" que vivimos esperamos que nos lleven el apunte en el messenger o que nos escriban aunque sea dos palabras por mail, o el celular se convierte de pronto en una prolongación de nuestro cuerpo esperando un mensaje de texto del objeto de nuestra pasión.La indiferencia duele en el alma más que el odio. Por ejemplo cuando odiamos a un ex, es porque estamos todavía pendientes de esa persona, porque hay algo que nos llama la atención de sus actitudes, porque genera una pasión en nosotros, una pasión desenfrenada, tumultuosa, pero pasión al fin, en cambio la indiferencia roza el desamor.A mi modo de ver hay dos tipos de indiferencia, la verdadera y la fingida. La primera es fría como el Perito Moreno, es cuando notamos que al otro le importa todo un cuerno, cuando ante una sonrisa nos mira con desgano como diciendo ¿y ahora qué quiere? Es la que ante la espera desesperamos, es la que preferimos el odio más acérrimo a ese impoluto y estéril sentimiento que es la indiferencia, no queremos que nos dejen afuera. La fingida es sólo una artimaña utilizada por el algunos de los amantes para generar reacciones en el otro: ¿pero a este/a qué le pasa que no me lleva el apunte? ¿por qué será que no me llama más? ¿Prefirió a fulanito o menganito a estar conmigo? O el típico “yo le doy todo y él/ella no me da nada”. Pero no nos desesperemos, es sólo un ardid, un simple juego, lo otro, lo otro es distinto, es una herida profunda a nuestro corazón. Tal vez si sentimos la verdadera indiferencia habría que aplicar lo que decía el genial Amado Nervo: “Quiero a la que me quiere y olvido a la que me olvida”. No era ningún tonto Amado, ante todo amor propio.

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